jueves, 21 de julio de 2011

Manuel Salvador Gautier: En La multitud está el conocimiento


Manuel Salvador Gautier




Presentación de la novela

La multitud de José Acosta

Feria Internacional del Libro 2011

EL TEMA DE LA NOVELA

El origen y la destrucción del conocimiento es el tema de la historia, entre fábula y oráculo, que nos presenta el poeta, ensayista y narrador José Acosta en su novela La multitud (1). Es un tema que, a través del tiempo, de manera impositiva en muchas ocasiones, lo ha manejado la filosofía, la religión, la historia, la sociología, la antropología y, últimamente, la genética. José Acosta lo maneja asombrado por la vastedad de su significado y con la certeza de que podrá, de alguna manera, definirlo.

Emprende su obra construyendo un escenario desolador en una ciudad de Nueva York arrasada por una catástrofe que no se explica, un holocausto que ocurrió y creó un desbalance ecológico que ya se ha equilibrado, donde hay edificios intactos, ruinas, derrumbes, choques entre máquinas, perros, palomas, un oso, rastrojos putrefactos de animales, pero no hay gente, solo desaparecidos. Tampoco cadáveres. Los busco y no los encuentro. Me choca que no los haya. Serían la constatación de una realidad que no se impuso el autor, ya que una fábula no es real. En la fabulación de esta novela, solo hay recuerdos de personas y de situaciones en las introspecciones de Santana, el protagonista, único sobreviviente del holocausto, un Adán sin Eva en una tierra prometida desmantelada, un Robinson Crusoe en un viaje definitivamente solitario.

La desesperación, el desencanto, la insatisfacción de Santana es saber que no hay futuro. Que el futuro que le espera es solo la repetición del presente y luego, la muerte. Santana es un animal intelectual: vendedor de enciclopedias, doctor en letras, conocedor de planteamientos culturales tan disímiles como la teoría cuántica (P. 67) y la historia detallada anterior a Cristo (P. 80). En esa situación de soledad, donde su perro fiel, Odoroto, y sus recuerdos es lo único que lo acompaña, Santana se desespera. Teme. Sabe que debe “salvar al hombre que había en él, para mantener a raya al salvaje que, posiblemente, desde algún territorio del olvido, buscaba el modo de someterlo, de invadirlo, de aniquilarlo” (P. 11). Para evitar a ese salvaje, Santana prepara una enciclopedia personal, “el menhir que esculpía como un escarpelo, la atalaya desde donde esperaba la llegada de la multitud” (P. 21), y se sumerge en sus recuerdos para tener siempre presente a ese “hombre que había en él”.

Pero, ¿quién es ese “hombre que había en él”?

En Santana hay dos hombres: el hombre de “la línea” y el hombre de “la cosa”. El hombre de la línea es el hombre ordinario, de todos los días, que debe comer para vivir, amar para satisfacerse. El hombre de la cosa es el hombre del conocimiento, el hombre del Paraíso, “el lugar de la primera memoria, la de antes del nacimiento” (P. 49). Dice Santana: “Un día que estaba sentado frente a la mesa ante un montón de libros abiertos, descubrí con pesar que lo que yo quería saber no estaba allí, en los libros; estaba antes, mucho antes; estaba en un lugar escondido dentro del hombre, y la realidad de su existencia se manifestaba en ese instante supremo en que el ser humano hace un descubrimiento” (P. 29). Cada vez que un ser humano hace un descubrimiento (Hertz las ondas de radio, Fahrenheit el termómetro de mercurio), extrae una partícula del conocimiento que está latente en el Universo, vuelve a ese punto antes del big bang donde la vida era solo promesa y todo el conocimiento estaba contenido en esa promesa.

Pero Santana no se conforma con establecer estos principios universales en lo que él llama la “Teoría del conocimiento”. Él también quiere aclarar en qué momento de la vida universal surgió Adán. Y Adán es un terrícola, deberá aparecer en la historia de la tierra, como efectivamente lo hace: la Biblia comenzó a escribirse 900 años antes de Cristo. El Adán que José Acosta propone en su novela, el personaje bíblico, es el hombre que surge cuando se establecen los principios del bien y el mal en la convivencia humana. En mi novela La fascinación de la rosa planteo que esto ocurre cuando “el hombre y la mujer han dominado la naturaleza y la doblega a sus intereses, interrumpe la evolución armónica de esta, desarrolla grandes asentamientos urbanos y ocupa enormes áreas para explotar la tierra, cosechando productos con los cuales se alimentará. Su supervivencia depende de crear artificios con su inteligencia para sustentar la población que crece y se disemina por el mundo. Para habitar el área ocupada, su supervivencia también depende de definir los valores de la convivencia entre los seres humanos” (2). Con los asentamientos agrícolas y las ciudades, surge el hombre civilizado.

En su soledad, Santana teme volver al hombre primitivo, al nómada que existe solo con sus prioridades animales de subsistencia. Esa es la lucha que él deberá mantener en el lapso de tiempo que transcurre en la novela La multitud, por la cual él repetidamente vuelve a sus recuerdos, a existir y morir en sus recuerdos. Y está obligado a ello, porque todos los conocimientos que tiene, que lo hace un hombre civilizado, son inútiles si no hay una sociedad donde aplicarlos, si no existe una multitud con la cual compartirlos; y solo en sus recuerdos existe esa multitud. La multitud permite, entonces, la existencia del conocimiento entre los seres humanos. En la multitud está el conocimiento. La pregunta que surge entonces es: Si muere el último hombre sobre la tierra, ¿también desaparece todo el conocimiento que ha acumulado?

José Acosta lo establece claramente. El origen del conocimiento siempre estará latente en el universo para ser descubierto por lo seres humanos o por otras especies en nuestra galaxia, también en otras galaxias o en otros universos. Esa es la propuesta que nos hace en La multitud. El Universo es vida. Mientras exista, existe la vida. Los seres humanos somos una partícula de vida de ese Universo manifiestamente vivo. Somos una de sus infinitas variaciones. Que puede desaparecer, mantenerse en el recuerdo, olvidarse, volver, o estar en otro punto, en otra galaxia. Santana, la personificación de los seres humanos en esta fábula, es solo un instante de vida en esa sucesión continua existencial que es el Universo. Él no importa, porque con él o sin él, la vida existe, y con la vida, el conocimiento.

LA NARRATIVA DE JOSÉ ACOSTA

La situación de Santana, único sobreviviente de una catástrofe planetaria; los personajes y las escenas de las historias que él recuerda, todo contribuye a crear una ambientación de desasosiego que el autor manipula conscientemente para atrapar al lector y obligarlo a pensar.

Hay un derroche de metáforas, a veces pavorosas, a veces líricas.

Empujó la puerta y al salir la encajó rápidamente en el marco para evitar que el aire viciado, mezcla de humo y basura en descomposición, aposentado en el pasillo como un toro muerto, entrara a su morada” (P.12).

Buscó con la mirada los ladridos del perro” P. 13.

“Filas de autos abrigados de nieve” (P. 13).

“…se alegró al escuchar el repiqueteo del agua contra una pequeña claraboya cuadrada, de cristal esmerilado, de donde se derramaba hacia la oscuridad un bostezo de luz semejante a la cabeza de un albino recostada en una almohada negra” (P. 19).

“Se llevó la linterna al bolsillo aún encendida como si guardara en la chaqueta un pedazo de luz” (P. 23).

Chorros de agua corrían por la comisura de su boca y le caían en el pecho… como dos manos amigas” (P36).

Micrófono en mano, desliza su voz por la melodía con la suavidad de una navaja por un pecho” (P. 72).

Es de nunca acabar. El lirismo de su narrativa combate continuamente la situación negativa, extrema, sobre la cual escribe, y logra embelesar al lector.

José Acosta es un retratista. Como un fotógrafo, encuadra y enfoca tanto a las personas como a los ambientes y las situaciones, diciéndole a sus lectores: Esto es lo que hay.

Detalla los personajes:

Santana vio salir un hombre alto y fornido, de traje negro, ajustándose una corbata de círculos blancos sobre un fondo azul oscuro y detrás de él, quien iba al volante, otro hombre que parecía el doble de sus facciones, pero de un caminar más aplomado, que demostraba arrojo y cierto coraje” (P. 37).

En la comisaría, un agente de anchos pectorales, cabello ralo de bebé y nariz larga y respingada…” (P. 38).

Detalla los ambientes:

En cuanto se vistió, su deseo de indagar el espacio en donde se hallaba lo llevó a la habitación principal, hacia el ala izquierda del pasillo, en la cual, tras correr las cortinas de las ventanas para matar la penumbra, se ofreció a su vista, encima de una mesita arrinconada entre una cama impecablemente tendida y la pared, un enmarañado altar presidido por la imagen de un Corazón de Jesús, de frente ensangrentada y mirada piadosa. Ante la imagen, dos velones consumidos, y entre otros santos y vírgenes y estatuillas de yeso de ángeles y una cazuela diminuta rebosante de centavos de cobre herrumbroso, se destacaba un cuadro que a primera vista desencajaba un poco con el conjunto. Santana lo sacó de entre aquella asamblea muda y sin embargo muy elocuente, como si separara con un tamiz el grano de la paja. Era el cuadro una oración escrita en un papel amarillento, agrietado en los bordes, enmarcado en madera labrada” (P. 102).

Detalla las situaciones:

Y como si recibiese un mazazo en la cabeza, se alzó ante él, enorme, aterradora, siniestra, pero luminosa como un nuevo sol, la idea del suicidio. ¡La puerta! ¡El agujero de salida!, se dijo, contrariado, y el temblor que corrió por su cuerpo como una descarga eléctrica se transmitió a Odoroto, que, confundido, retrocedió gimiendo, y hallándose lejos, se deshizo en ladridos contra su amo. Santana le dirigió una mirada extraviada. Se puso en pie. El resplandor de la ventana le cocinó el semblante. Bajó las escaleras con la pesadez de quien da tumbos en un lodazal. El perro, ya silencioso, le seguía. Por la forma en que, al llegar al pie del altar mayor, le echó mano a la escopeta, que colgaba de un extremo del púlpito, se diría que aún no había perdido el instinto de conservación, y que en el territorio turbio en que sus pensamientos se empozaban, había entrevisto la efigie blanca del oso polar” (P. 70).

Algo muy especial en la novela es el momento en que el autor le hace un guiño al poeta y artista plástico santiaguense Pedro José Gris (P. 111), su amigo y compueblano, cuando trata sobre su “Teoría de los saltos”.

Esta novela es difícil de clasificar dentro de los géneros que se manejan en la actualidad. El primer impulso es llamarla novela negra, quizás influenciado por otro texto de José Acosta, Perdidos en Babilonia, ganadora del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura del año 2005, donde un asesino perseguido hace y deshace en episodios sangrientos y tenebrosos. Pero aquí no hay asesinos ni persecución. Podríamos llamarla una novela apocalíptica, un subgénero dentro de la ciencia ficción que apareció después que cayeron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki con su amenaza de extinción de la humanidad. Se publicaron novelas como Soy leyenda, (en inglés I Am Legend), escrita por Richard Matheson en 1954, sobre el último hombre humano en Los Ángeles, resultado de una epidemia que destruyó la humanidad (los otros sobrevivientes se habían convertido en vampiros). Pero lo fantástico del escenario apocalíptico y la acción insólita en la novela de José Acosta se diluyen en las interiorizaciones de Santana. Sorprendentemente, hay un género para esta historia tenebrosa: la novela de tesis. Y digo sorprendentemente, porque lo menos que el lector espera al comenzar esta historia desoladora es eso: una novela en un género que, según su definición, se escribe para demostrar o ilustrar determinada teoría o para suscitar un debate ideológico sobre determinada materia, que puede ser social, política, moral etc.” En este caso, un debate sobre el conocimiento y sus meandros en la forma de una fábula apocalíptica.

Contrario a lo que podría pensarse por todo lo que he dicho, esta novela no es difícil de leer. Se desliza sin tropiezos en una alternancia continua entre el presente y el pasado, con un ritmo del cual el lector se apodera instintivamente.

Podemos decirlo sin merodeos. En esta novela, José Acosta ha enfrentado un reto literario y lo ha superado con creces. Lo felicitamos.

NOTAS:

1. Acosta, José. Editorial Santuario. Santo Domingo, República Dominicana. 2011.

2. Gautier, Manuel Salvador. La fascinación de la rosa. Editorial Santuario, República Dominicana. 2010.

3. Definición. Org. Google. http://www.definicion.org/novela-de-tesis.

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