miércoles, 20 de abril de 2016

La tormenta está fuera, de José Acosta


Por José Alcántara Almánzar 

Aunque no goza de aceptación general entre los intelectuales que viven en el exterior, el término «diáspora» ‒«dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen», según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española‒ agrupa a los que han emigrado en distintos momentos para irse a residir a otros países, siendo la ciudad de Nueva York la que concentra la mayor población de dominicanos en los Estados Unidos, donde encontramos una populosa y heterogénea colectividad integrada por trabajadores industriales, empleados de oficina, pequeños comerciantes, empresarios, artistas y escritores, entre muchos otros, incluidos los que han logrado incorporarse a la comunidad académica como docentes, tras completar un riguroso proceso de formación universitaria.
José Acosta (Santiago de los Caballeros, 1964) emigró de su ciudad natal hace más de dos décadas, radicándose en la ciudad de los rascacielos, donde ha desarrollado su labor de escritor, con brillantes resultados, como lo prueban los numerosos galardones que ha recibido, algunos de carácter internacional por obras de poesía, cuento y novela. Podría decirse que para Acosta la creación literaria ha sido una manera de preservar su identidad personal a través de la lengua, ese instrumento único que nos sujeta a nuestra cultura con cables de acero, y que él ha sabido cultivar con dedicación y conciencia de oficio.
Como casi siempre ocurre, conocemos a un autor por sus obras. Contadas veces tenemos la oportunidad de entrar en contacto personal con los poetas y narradores cuyos libros se han convertido en buenos emisarios de sus palabras. Quien les habla tuvo un fortuito encuentro con Acosta hace un año, en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, cuando por casualidad coincidimos en uno de los pabellones de esa actividad. Allí, en un amistoso intercambio de algunos minutos, terminé invitando al autor a presentar al Banco Central alguna obra inédita que quisiera publicar, y cumplió su promesa con el envío de una novela que pasó la evaluación del Comité de Publicaciones y que hoy ponemos en manos de ustedes.
La tormenta está fuera es el título de la novela de José Acosta que viene a enriquecer la colección bibliográfica institucional, en un género que, como la novela, aún supone un desafío para los escritores dominicanos, de aquí o de allá,  por las exigencias técnicas y lingüísticas que implica un logro cabal en un ámbito reservado a un escogido grupo de narradores de valía. Y Acosta lo ha conseguido, olvidándose de los tópicos de la historia, la política y la sociología que han abrumado a nuestros narradores: la Era de Trujillo, el golpe de Estado contra Bosch, la Revolución de Abril del 65, los Doce años de Balaguer, entre otros. Su novela, sin desdeñar el pasado, sin dejar de hurgar en él para pensar y pensarse, es una ficción sobre el presente.
En el caso de José Acosta, estamos en presencia de un escritor muy bien formado, con un indiscutible dominio del castellano, quien lo emplea con una soltura y una claridad admirables, mediante una prosa que va desplegando con aplomo y seguridad en cada página. El suyo es un estilo riguroso, conseguido a base de una puntuación minuciosa y el empleo de un discurso mesurado que evoluciona como un
Su escritura, tallada con mano firme por alguien que ha leído mucho, pero sobre todo que ha sabido asimilar con provecho las lecciones de los maestros, se desarrolla sin caídas ni pasajes oscuros, sin alardes ni efectos altisonantes, sino más bien con el ritmo pausado del que intenta atrapar más que impresionar, aunque la sorpresa, el dato escondido, el detalle escamoteado a conciencia son ardides muy bien planeados por el autor para mantenernos aferrados a la lectura hasta el final de las casi trescientas páginas del libro.



La tormenta está fuera es la historia de Max Otero, un dominicano de El Bronx que llegó a Nueva York de la mano de su papá, un sujeto resentido y amargado, como lo confiesa el propio protagonista:
«…mi padre siempre salía con invectivas: esa isla de mierda es un maldito horno lleno de mosquitos y enfermedades, habitada sólo por putas y ladrones; ser dominicano, hijo mío, es una maldición, ni se le vaya a ocurrir que sus hijos nazcan en ese pulguero de pobres y depravados.»
Pero Max Otero, desoyendo el consejo paterno, retorna al terruño bajo el pretexto de saber qué ocurrió con su primer amor, una condiscípula de infancia, pero en realidad en busca de explicaciones sobre su origen y el pasado de sus padres. Max Otero deja atrás todo, mujer e hijastro, para regresar al país, internarse en el laberinto de sus escasos recuerdos de niño e intentar reconstruir una época lejana a través de las confesiones de personajes relacionados con sus padres, los conocidos y relacionados que le ayudan a desentrañar misterios inextricables, como si se tratara de un bosque enmarañado y absurdo. En la República Dominicana Max Otero redescubre el amor y la solidaridad en Sarah Espinal, la joven mujer que de guía se convierte en ayudante de la investigación que él ha emprendido, y termina siendo su amada. La obra tiene un ostensible entramado de novela policíaca, de
Esta novela constituye también un intento narrativo de responder a una pregunta clave que se reitera a lo largo de la obra: «¿Qué es ser dominicano?» La contestación no está en el paisaje, las escenas campestres tan alejadas de la ciudad, las abigarradas imágenes de lugares concurridos, sino en las esencias de lo que somos como pueblo; de ese imán inexplicable que hace que un hombre o una mujer siempre quieran regresar al paraje o provincia donde han nacido, aunque al llegar no lo comprendan, ni lo acepten, y quieran volver adonde se fueron en busca de mejor vida. Porque ese es el drama del que emigra: verse escindido entre lo entrañable que dejó por algún imperativo (económico, político, espiritual), y no acomodarse nunca del todo en la patria de adopción, allí donde trabaja y sueña, donde triunfa o se corrompe, pero donde siempre falta algo inexplicable que no le permite encajar satisfactoriamente en su nuevo medio.
La pregunta de Max Otero, que se marchó del país porque descubrió que «En esta isla ya no había nada para mí. Asumirlo, sin embargo, me desalentaba hasta el abatimiento.» (Capítulo 10), intenta descifrar por qué los que se van sueñan siempre con volver aunque nunca lo consigan; por qué los paraísos perdidos se edifican sobre la base de recuerdos en constante mutación.
Con un puñado de personajes centrales bien delineados y una trama llena de intriga y peripecias, José Acosta ha hecho una contribución fundamental a la «novela sobre la diáspora», para llamarla de algún modo, marcando un contrapunto elocuente entre El Bronx y Santiago de los Caballeros, entre los avatares del

Santo Domingo, 19 de abril de 2016.


2 comentarios:

Danilo Rodríguez dijo...

Interesante artículo.

Hace falta ese trabajo de la crítica seria e informada para que los escritores avancemos y engrosemos el quehacer literario dominicano con obras de calidad.

La novela a mi lista de espera...

Escritor: Gerson Adrian Cordero dijo...

No hay duda de que José Acosta es uno de los grandes. Me encanta que una persona, un gran escritor como es José Alcántara. Halla escrito este ensayo.