jueves, 14 de julio de 2011

José Rafael Lantigua: José Acosta: los bríos formales de un cuentista de buena técnica y lenguaje

José Rafael Lantigua, ministro de Cultura de la República Dominicana



Un anciano millonario que ha huido del ruido exterior y ahora vive encerrado recibiendo diariamente un ejemplar del The New York Times exclusivamente preparado para él con noticias positivas. Muertes, mutaciones y amputaciones en el sorpresivo destino del Garfio Matías. Una mujer obligada a convivir por años con un hijo monstruoso. Un áspero sargento que descubre al final de la vida de su hijo, que ese vástago suyo es justamente lo que presumía desde el punto de vista sexual. Una casa, la fichada con el número 51, donde vive una extraña mujer y donde una fisura del tiempo arma un tinglado surrealista. Los eslabones de personalidades múltiples que convergen para estimular un misterioso suicidio. La frustrada experiencia sexual de un joven que no pudo satisfacer las expectativas de una joven mujer aferrada al amor de un viejo comerciante. Una estrategia de putas que crean engañifas turbias en el burdel donde laboran para sorprender a incautos. Una palabra mágica que forma un pasadizo secreto en la vida de un hombre aferrado a un verdadero enigma lingüístico.

Tales los temas de los formidables cuentos reunidos en el libro "El efecto dominó", del santiaguense José Acosta, que ganara el año pasado el premio de cuento de la Universidad Central del Este.

Acosta, quien reside en Estados Unidos, se oferta así por primera vez como narrador, después de haber obtenido lauros importantes, dentro y fuera del país, con sus tres primeros libros, todos de poesía.

"El efecto dominó" es un libro de cuentos sin altibajos, que se disfruta de principio a fin, justo por la sencillez de su construcción, la precisión de su lenguaje y la deslumbradora capacidad creadora del autor, que logra en diez relatos contarnos historias que agarran al lector desde el principio y que se resuelven con finales sorprendentes. Acosta demuestra que ha estudiado bien las técnicas del cuento, lo cual le ha permitido forjar un manojo de relatos que les facilita presentar credenciales de narrador con sobrada calidad.

Acosta abre con un cuento que conocíamos, "Quizás con las nubes de la tarde", que es una muestra inicial de la capacidad de `suspense' del narrador, para continuar con "El periódico de Rockefeller", que también conocíamos (en nuestras andadas como jurado de concursos se nos graban muchos buenos cuentos), y que cuenta con asombrosa sencillez estructural la historia del millonario norteamericano que, con un valet al lado todo el tiempo, vive una existencia de noticias felices que les proporciona exclusivamente un diario neoyorquino. El cuento que da título a la obra catapulta a Acosta como un cuentista que sabe a conciencia cuando debe dar por terminado un relato y, desde luego, saber cómo finalizarlo. Muchos cuentistas ahogan el cuento con distracciones innecesarias y ampulosas. Lo acogotan, retrasando su clímax, el momento supremo en que el relato debe dar en la diana al argumento para sellar su magia. Acosta sabe cómo y cuándo dar por concluido el cuento y las piezas del conjunto de este libro lo atestiguan.

En "Un adiós a Teresa", Acosta construye un cuento que se solaza en su desenvolvimiento rítmico, en su cadencia estructural que guía al lector con suma cautela y precisa urdimbre hacia el final justo, cuando el narrador sabe que no es necesario decir más, porque todo se ha relatado con un dominio nítido de la técnica cuentística. Este relato es de auténtica factura boschiana y recuerda por ello las esplendentes maneras técnicas legadas por Bosch a este género.

"El hijo del sargento Espinosa" cuenta la historia oculta de un joven cuyo padre cree afeminado y a quien conduce a un burdel para que se estrene de hombre. Una misteriosa relación epistolar con "Olga", que reside en una ciudad lejana, hacia donde se escapa el joven con frecuencia para encontrarse con la amada, entusiasma al padre en la convicción de que este afecto íntimo presagia un futuro de varón al vástago. En el burdel, el joven ha contraído un herpes mortal y ahora cuando está a punto de morir, el padre reclama la presencia de "Olga" y el narrador lleva al lector a un desenlace brutalmente subyugante.

Un cuento surrealista es "Jamás entren a la casa 51", formidable enredo metafísico que cuenta la rendija abierta por el tiempo y sus arcanos en la historia de un sueño quebrado. En "Los tres del uno", hay el mismo enredo difuso que conlleva a una cadena de suicidios metidos dentro de un eslabón que estimula el misterio. Es probablemente, el mejor relato del libro. Mientras que en "La mesa", el narrador aborda la vertiente psicológica con particular dominio del encadenamiento intrincado que lo sujeta.

"Ser la diferencia" es un cuento que esconde, tras su andadura lúdica, un distintivo fique argumental, de concepción desconcertante. Y, finalmente, la historia de "Eladia Malfini", retoma el tema del burdel, ya asumido en la pieza de "El hijo del sargento Espinosa", aunque ahora con un enfoque más directo y sentencioso. Es también una historia divertida y sagazmente manejada, que destella en el conjunto por su manejo secuencial y su final chocante.

En fin, José Acosta manifiesta en este libro laureado su capacidad técnica como cuentista de bríos formales muy vigorosos y precisos; su vuelo imaginativo, cargado de peculiaridades imantables; el uso de un lenguaje que no se detiene en descripciones innecesarias y que maneja con belleza de estilo; y, además, revela unas dotes de narrador del que debemos esperar todos nuevos hallazgos que terminen definiendo su carrera narrativa.



Suplemento Biblioteca, Listín Diario,

Domingo, 30 de septiembre de 2001


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